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Editorial: Algo en que valga la pena creer
El arte es.
Dios, no sabemos.
Cuando la
velocidad de este tiempo que se nos acelera en una vida que intentamos más o
menos de vivir tranquilos —de a medio paso, como quisiéramos que fuera quizá—, cómo
no dejar de meditar acerca de lo que nos viene a golpear así, medio a medio, en
un ritmo que no queremos sea fagocitado por esta rapidez del tráfago
contemporáneo, pero que igualmente termina anonadándonos en estos nuestros
tiempos, precisamente por lo inaudito del hecho: cuando un bebé de apenas tres
días es asesinado, sacrificado en una
hoguera por un pequeño grupo por las órdenes de su líder espiritual, y
progenitor del recién nacido. Se habla, entonces, en los medios profusamente de
“secta”.
Este concepto,
el de secta, se afirma, luego, para peyorar a ciertos grupos religiosos
menores, que algunas veces, efectivamente, actúan trasgrediendo los más
elementales derechos humanos, importándoles menos el tono de sus formas. Forma
y tono que sí les es muy caro cuidar a las religiones mayoritarias y oficiales…
sin embargo, ¿qué sucede con el fondo de todo esto, entre quienes siguiendo un
dogma, puedan ser mayorías o minorías?
Nos surge,
entonces, la pregunta con respecto a la definición oficial de secta: ¿No caben en
este ámbito peyorativo —en aquello de que el integrante de la secta se ve
nublado y, en definitiva, abolido de su buen juicio— todas las religiones (por
más mayoritarias o poco numerosas, más antiguas o recientes, que sean todas
estas), si se va, al fondo de la problemática del dogma?
¿No es acaso de
locos, que se ponga por encima de la razón el dogma —religioso o político, como
sea, da igual—, cuando nuestras políticas públicas de salud han sufrido un
retroceso espantoso durante la dictadura pasada y tras los sucesivos gobiernos
“democráticos” hasta la fecha? ¿Qué de atrocidades suceden en nuestro país con
el aborto, no en un caso, sino en muchos, día a día, al no estar este legislado
por lo que aconseja la razón sino por el dogma, por ejemplo? Recordemos solamente
el caso de la menor abusada y violada de 11 años, obligada por la legalidad
vigente a llevar adelante un riesgoso embarazo ¿Qué ha sucedido con la
credibilidad de la iglesia católica, por los innumerables abusos sexuales a
menores cometidos por “dignatarios“ de su propia jerarquía y a su mismo amparo;
en la connivencia de sus planas mayores y hasta del mismo papado, para intentar
mantener ocultas todas las atrocidades en torno a este tema y “salvar” así la
imagen de esta institución? Lean el caso Karadima y los alegatos en el juicio
de James Hamilton. Valga esto solo como un segundo ejemplo solamente… sin duda
hay demasiados más…
¿No existe aquí,
en estas conciencias que se fanatizan en torno a acartonados dogmas religiosos,
carencias de una formación laica más integral? ¿Y qué sucede entonces con la
problemática mayor de nuestro deficiente sistema educativo, girando demasiado
en torno a dichos dogmas políticos y religiosos ya caducos, sin consultar a lo
que aconsejan hoy por hoy las grandes demandas sociales, justamente en pos de
una sana razón social realmente más mayoritaria, para que la justicia sea
felicidad de todos y no del exclusivo enclave del poder?
Razón tenía
Saramago, el premio Nobel portugués, al afirmar que este mundo sería mucho
mejor si abdicara conscientemente de sus dogmas religiosos que lo tiene
entrampado hasta hoy en una falta de memoria histórica; entrampado, no solo por
las consecuencias de las tantas grandes guerras —muchas incluso fratricidas, que
continúan reeditándose tan neciamente hasta hoy mismo—, pero que se expresa
mucho más masivamente en aquello más intricado del día a día de la gran mayoría
de los seres humanos —más bien en la normalidad, en la ausencia del trauma más
extremo de las guerras—, en el temor de cada cual, de tener que asumir su verdadera
libertad, la de la propia conciencia, y que se construye sin duda mucho mejor
al amparo de la superestructura de una sociedad que tienda de verdad a ser realmente igualitaria en cuanto a
justicia social.
Porque, ¿qué se
puede pensar de aquellos que cometen tales atrocidades como la de lanzar a un
bebé a las llamas, o de parte de aquellos que alzan la idea de un dios que le
pide a su fiel que asesine a su propio hijo en prueba de su fe; o qué se puede
pensar de aquellos que se empeñan en mantener leyes —de parte de políticos
corruptos e incompetentes, porque aquí la homologación no resulta desusada
ni desmedida, ni mucho menos; antes, la
responsabilidad criminal es mucho mayor de parte de aquellos que dicen hallarse
lúcidos en vez de locos— segregadoras de iniquidades sociales que devienen en
más abortos o en más crímenes de cualquier tipo, cuando hipócritamente dicen
buscar, precisamente, el efecto contrario? ¿Qué se puede pensar, en definitiva,
de aquellos, sino que sus mentes están siendo víctimas de mala salud; de mentes
enfermas a la postre, pero de una enfermedad que quizá no sea precisamente la
locura, sino más bien la vanidad; enfermos de extrema vanidad; por vicios del
poder o de tratar de hacerse de ese poder; y el dinero en grandes cantidades de
por medio, como fin en sí mismo, como gran paradigma de todo esto?
Pero es
finalmente aquí, es en este ámbito, cuando de asumir la propia libertad
responsablemente se trata, que a la expresión del arte en la manifestación de
todas sus posibilidades le cabe una tarea mayor, cual es la de la auto-construcción
más plena de la persona, en su educación, en cómo idealmente se interactúa con
el otro, el llegar a un ser social más sano, sanador a su vez de aquellos
estadios de la sociedad más comprometidos o perjudicados.
Y cuando precisamente,
a propósito del arte, hay un compromiso ético… cuando ética y estética se
hallan indisolublemente ligadas, entonces esta responsabilidad se torna un compromiso
social… y se hace de verdad insoslayable para cada uno de nosotros —aquellos
que hemos tenido la posibilidad de recibir una educación más integral con el
arte—, está el compromiso de tener que
hacer algo potente en lo creador, lo contrario de matar la vida; algo en que de
verdad vale la pena creer… pero trabajar en ello. Fuertemente. En el transcurso
de cada obra creada, en cada manifestación artística, con las particularidades
que a cada una de ella les comprometa, y entrecruzándolas en todo lo posible. En
todos, aún en los que no devengan en ser artistas. En todos potenciará
positivamente una visión más crítica del
mundo que nos rodea, una opinión propia con la cual aportar. Así al menos lo
pensamos y mantenemos —por no decir creemos—, en el Centro de Investigaciones
Poéticas Grupo Casa Azul.
Patricio Bruna P.
Centro de Investigaciones Poéticas Grupo Casa Azul
Revista Digital Botella del Náufrago del Grupo Casa azul
2 comentarios:
Puedes pedir al revista digital al correo: botelladelnaufragoazul@gmail.com
Grupo Casa Azul
Acabo de conocerles y espero seguirles con interés. Curiosamente, durante este año debo desplazarme a Chile por motivos profesionales, es un placer que ya estoy deseando llevar a cabo,
un cordial saludo desde España,
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